El inicio de mi negocio fue exitoso, tanto que me costó mi matrimonio. A los dos años de comenzar mi empresa, la crisis se cernía sobre nuestras cabezas y yo solo fui capaz de resistir a todo trabajando incansablemente. No supe hacerlo de otra forma. Tenía la suerte de que había mucha pasión en lo que hacía, mucha madurez y más experiencia. No me movía solo el dinero y, aunque nunca tuve formación financiera, me supe rodear de buenos amigos que me aconsejaron bien. También me formé, me formé y me formé, aprendiendo mucho sobre gestión de personas.

Como anécdota contaré que tuve una fractura del astrágalo, que me diagnosticaron como una fractura por estrés. Me «rompí» andando de un sitio para otro, no paraba y no tenía tiempo para recuperarme. El pánico no me permitía detenerme, no digo que fuera bueno, pero no supe hacer otra cosa. Iba a ver a los clientes, a esos que aún tengo, con un zapato en un pie y en el otro una zapatilla. Todavía lo recuerdo con dulzura.

Desde que empezamos a levantar cabeza, han pasado unos cuatro años y ahora ¡zas! un castañazo a traición.

En esta crisis que nos ha cogido desprevenidos, estoy sola en casa, pero no me siento sola, porque tengo dos socias y un buen equipo. Tomamos las decisiones entre todos. Una reunión diaria, por zoom, y después con todo el equipo, nos levanta los ánimos. Todos aportamos, creamos nuevos productos, escuchamos la voz de nuestros clientes intentando estar allí, y estamos, pero sin invadirlos en su pesar. Intentamos imaginar cómo será la vuelta y en eso estamos.

Algunas empresas esenciales y otras que no lo son. Cada una cuenta la historia según le va. ¿Qué será del futuro?

Incertidumbre.

Otro denominador común es que después de 2008, estuvimos ocho años en que no nos atrevíamos a llamar a las puertas de las empresas. Ahora sabemos que nos necesitan, pero según las noticias más recientes, sin contar las últimas medidas que dejan en funcionamiento solo a empresas de servicios esenciales, los expedientes de regulación superan con holgura el medio millón.
En nuestras reuniones, invitamos a algunos partners con los que colaboramos desde hace años, y todos intentamos hacer ver que no pasa nada para no contagiar al otro. El equipo ha sido generoso, cada uno ha sacrificado algo en nuestro plan de contención, aunque sin duda estamos preocupados, con los nervios a flor de piel.

Este es el momento de aplicar las herramientas digitales que ya utilizábamos. Tal como ha ocurrido con las redes que están sufriendo una sobrecarga a prueba de bomba y están subsistiendo, a nosotros nos sucede algo similar. Hay que inventar y tratar muy bien a la gente, pero desde la lejanía, echando de menos aquellos cálidos abrazos que tanto nos gustaban, al menos a mí.
Una vez más salgo de mi zona de confort en la que nunca he vuelto a entrar desde el día H a la hora D de mil novecientos y pico. Hago coaching de equipos con buen éxito. Creo que esto mantiene en forma mi parcela intelectual.

Son momentos para valorar si debemos lanzarnos a lo digital exclusivamente o hemos de combinarlo con lo presencial. ¿Se viene un nuevo humanismo? Quizá haga falta. Están aflorando grandes valores y reconocimientos en colectivos que hasta este momento habían sido invisibles. ¿Nos dará que pensar todo ello o por el contrario lo olvidaremos otra vez?

Decimos que estamos haciendo teletrabajo, pero yo creo que estamos trabajando a distancia. Hemos iniciado el teletrabajo sin estar preparados. Ahora hemos de ver qué situación merece cada persona que está en su casa en cuanto a prevención, recursos, etc..

Mercè Espinosa
Directora MEHRS

Continuará… Cómo sobrellevar el confinamiento, y dedicar tiempo a la familia, amigos ¡y hasta a tu orquídea!