Mi día a día comienza meditando una hora con mi maestro de mindfulness de hace muchos años. Ha creado un grupo que nos sirve de soporte en esta situación.
Cuido de forma esmerada mi alimentación y mi aspecto. Los primeros días de confinamiento no me ponía pendientes, pero al tercer día decidí que mis perlas lucirían muy bien en mis orejas. También, si el sol asoma, tomo una dosis de vitamina D en el balcón. Hace unos meses me preguntaba cuál sería la forma de hacer entrar en razón a los gobiernos del mundo, de hacerles ver que nos quedaban, que nos quedan escasos recursos para salvar el planeta. ¿Quién se imaginaba que el mundo se iba a detener, las gentes se tendrían que encerrar y nuestros gobernantes quedarían como irresponsables por su mala gestión? ¿De nuevo los egos y el egoísmo? Yo me habría ido con Greta Thunberg, los viernes, a asaltar las calles.
Hemos entrado en una economía de guerra, cuyo único secreto será el tiempo que dure, para poder salvarnos. La incertidumbre es, hoy por hoy, nuestro sentimiento más potente y doloroso.
Estamos viendo en las redes una saturación de ofertas gratuitas, decenas, centenares de ellas. Me permito dudar de la calidad de esas ofertas y de que todo sea pura generosidad.
Los pensamientos se amontonan, tengo tanto que contar…
En la organización casera de mi apartamento de 100 metros cuadrados hay tiempo para todo, también para conciliar.
Mi hijo me llama cada día por Skype para que no me pierda los avances de mis dos nietas, mellizas de año y medio. Cada día busco en Internet canciones populares de las que había olvidado la letra y las voy dosificando para cantarles algunas de las que yo cantaba en mi infancia. Ellas bailan al son de mis melodías, aunque solo saben decir hola y enviarme besos con la manita. ¿Cuándo las volveré a ver? Incertidumbre.
Cada día, mi hija, que es actriz y tiene su propia compañía en París, donde vive desde hace años, me llama o la llamo para pasarnos el parte del confinamiento. Por suerte, no lo está pasando sola y está cerca del mar, bien acompañada y feliz, a pesar de que se le han caído todos los bolos hasta octubre. Sin duda, esto le representará una gran pérdida económica, que seguramente el gobierno francés compensará con su intermitencia. Incertidumbre
Mi pareja está lejos, vive en Suiza y además trabaja en un hospital, expuesto al maldito virus. Cada día nos llamamos, a veces tomamos el aperitivo o comemos juntos por Skype. Con él puedo desahogarme un poco más, pero no quiero preocuparlo, es más bien él quien me preocupa. ¿Cuándo nos veremos? Incertidumbre
Las conversaciones diarias por el móvil con mis hermanos y mis mejores amigas también me ocupan el tiempo. ¿Para cuándo los abrazos? Incertidumbre.
Pequeñas alegrías. La sorpresiva campanada diaria de un pequeño poema de una amiga que da vida poética a uno de los grupos de mujeres empresarias al que pertenezco.
El cuidado de mi orquídea, que no acaba de florecer y a la que cada noche cambio de lugar para que el fresco del alba le haga salir alguna flor en ese tallito incipiente. ¿Cómo no he pensado en ella hasta ahora? Estaba demasiado ocupada con lo urgente.